IDENTIDADES, POR ANGELES CHARLYNE

El Aconcagua refulgía contra el cielo provocando rebotes.
Desde las ventanas del hotel casi protector, Sofía estacionó su mirada celeste, hasta donde el horizonte permitía. Ese horizonte no suele ser generoso.
Se volvió a mirar al hombre que resultaba abandonado sobre la almohada roja. Había tenido una noche caliente.
El viaje por el paso perdido, le hizo perder el paso.
“La operación”, fue exitosa Julián había incrementado sus necesidades.
Demasiada gente apurada. Demasiada gente ansiosa, sobre todo en la noche. Poca gente dispuesta a esperar.
Sofía amaba ese leve manejo de las situaciones críticas con que su hombre resolvía.
No estaba segura de nada, salvo de su inseguridad. Sobre todo en ese trafico extraño donde las personas dejaban de ser quienes eran para ser otras y volver en definitiva a convertirse en almas ocultas por la máscara del engaño.
Tentador, irresistible... a veces resultaba demasiado fácil vivir el simulacro de falsas identidades.
Le conformaba pensar que por lo menos algo de ese camuflaje servía para disfrazar pasados tormentosos, destinos oscuros...
¿Hasta cuando…? ¿Hasta dónde…? ¡Quién sabe..! ¿A quién puede importarle ahora...?
Además ¿no es una vida andar sin documentos?
Sofía sirvió un trago, el alcohol se derramó en la copa, prisionero luego de labios ansiosos, que agotaron, en ayuno, hasta la última gota.
Volvió a mirar a Julián. Su resistencia a despertar era absoluta.
Parecía un ovillo enredado en el desorden tibio de sabanas, que hasta hace instantes albergaron otros desordenes, el de las caricias desparejas que plenaron la carne, la que no lleva ni necesita identidad; la que no registra más nombre que la de ser, sólo la de ser por existir.
Se acercó lentamente, para observarlo de cerca.
Rozó la barba rala que enmarcaba el mismo rostro, el del ayer cuando era Juan, aunque aquel Juan, luciera rubio. Una exigencia circunstancial.
Se preguntó quien era en realidad. Mejor, si este hombre ahora moreno, que dormía plácidamente, había dejado de ser Juan... por si alguna vez lo fue.
El, entreabrió sus párpados, los ojos color miel se pegaron al techo. Bostezó largamente, extendiendo sus brazos por encima de la cabeza, para luego dejarlos caer sobre ella, abarcándola.
Una caja de sensaciones ardientes se preparó para estallar en fuegos. Lenta, como otra brisa, la mujer fue deslizándose sobre el cuerpo que ansioso la esperaba.
Julián desanudó la bata lila que, sin resistencia, se desvaneció sobre el piso.
Preludios de susurros acompañaron el instante, cuando las mejores cosas ocurren.
Las manos recorrieron afanosas distancias.
Subidos al carrusel del mundo viajaron incansables. Los paisajes se agotaron. La carne poseída por los itinerantes del placer no entiende de pausas, ni fatigas. El hambre del otro y la soledad de uno nunca dan francos.
-¿Quieres un trago? -preguntó Sofía.
-Prefiero café -dijo él.
-Ok... Qué sean dos... ratificó ella.
La muchacha del servicio hotelero, tocó suave a la puerta.
Cuidadosamente apoyó sobre la mesita de entrada, su bandeja portando humeantes tazas.
A un lado, tres platitos eran colorido estandarte: mermelada, manteca decorada en forma de espiral y en el tercero: tostadas.
-¿Algo más? -preguntó.
-¡No!, está bien... por ahora, ¡gracias! -despidió Julián.
Cuando se alejó, él la pensó: “se la ve cansada... frágil y grácil como un junco... Seguro que no es de acá. Vaya uno a saber como llegó al país, ¡al país del que no... y podría llegar a ser otra presa fácil o quizás ya lo sea”. Recordó que la vida esa, es andar sin documentos.
-Se enfría el desayuno- dijo Sofía tropezando el barruntar silencioso.
El, tomó la taza, amarrado al código sin palabras; sus ojos quedaron fijos en la puerta que se había cerrado, como estaba seguro lo había sido para las esperanzas de la muchacha cada vez que debiera identificarse; Cuando la leve figura desapareció, fantasmal, escapando, como siempre que se pueda a destinos infernales. volvió la cabeza. Andar sin documentos, era “su cosa”, para atender las “otras” cosas que se necesitan en el juego de la identificación.
Desde los grandes cristales del bar de la esquina, la mañana tropezaba perfiles de nubes grises que presagiaban llanto celeste.
Los transeúntes, soldados alertas en caminos del apuro, marchaban hacia la jornada de trabajo. Algunas ancianas barrían hojas secas que el otoño empedernido se empeñaba en derramar sobre las aceras; panfletos crujientes de eternidad, anunciando vientos de tormentas.
Adentro, en el salón, los hombres se citan para la vida o para la muerte...de ellos o de los otros.
Los cigarros se consumen llenando pulmones de auxilio. El humo se desliza denso jugando por fuera... matando por dentro.
Ricardo controló su reloj, impaciente pidió otra vuelta. “El viejo”, sentado a su lado, reclinó su fastidio.
La mujer morena, acomodó la caudalosa cabellera, cascada oscura y sedosa, extrajo de su cartera -victoria sobre la víbora-, un espejo y cosméticos; construyó mohines, retocó labios, luego ojos con la paleta rigurosa, envidia de Matisse.
Se cruzó de piernas. La falda corta dejaba al descubierto muslos bien torneados, su cuerpo escultural modelaba la idea del robo a un museo; pieza única -incunable-, reluciendo en su esplendor. Se sabía bella, muelle, apetitosa, y tan utilitaria como la misma seducción.
-¡Como tardan estos!-, “el viejo” se quejó, refunfuñando y rascándose, groseramente, los genitales que sentía dormidos.
Sus manos regordetas regresaron a la mesa, desenfundó, como a una Magnum 357, la “compu” portátil, que llevaba en el portafolio negro; revisó, con aire importante, sus últimos correos.
-¡Che!... Richard... “el chueco” dice que lo de la rubia ya está casi listo, que salió redondito el negocio.
Ricardo rió. Inquisitivo. Una ceja se levantó como corte de rutas, queriendo saber más...
-La amiga... la amiga... también cayó, -continuó “el viejo”- ¿viste la flaquita?... ¡la piba!... ¡la nena esa que no debe tener ni veinte!... ¡está desesperada che! Me preguntó hasta cuando podíamos esperarla... ¡qué sé yo!..., que iba a ver como pagaba, que por ahí tenía quien le prestara la guita. ¡Bueno! al final me pudrí y le dije que se decida... que se deje de vueltas... ¡Esto no es para joder che!...
-¡Hiciste bien viejo! -respondió Ricardo -, uno aquí debe hacerla corta, si no hay que apretar ¿Viste cómo es la cosa?...
-¡Ah! se me olvidaba... prosiguió el viejo -la mujer seguía los hechos, espejito en mano que usaba como periscopio y cada tanto, izaba la vista derramando cierta mirada fugaz, una inicial de sensualidad para hombres que entraban y salían del lugar-. Anoche me llamó Cacho, llegó a Bolivia dice que el pase marcha viento en popa..., parece que todo es pan comido. Los “cabecitas esos” hacen cualquiera... los charlás un poco y te los metés en el bolsillo. ¿Te imaginas a doña Gertrudis cuando sepa que ahora se llamará Pía…? Es de no creer loco ¡cómo el ruso!... ¿te acordás del ruso?... ese que viene de familia judía... ¡Imposible!... se convirtió en Cristian..., y ¡con esa cara!..., bueno, hubiera sido peor haberse llamado Jesús. Lo siento “nariz” le dije... no puedo elegirte el nombre... lo que hay... hay... ¡sí lo querés bien!... y si no ¡arréglatelas!...
-Escuchá ¡idiota! -dijo Ricardo, irrumpiendo el monólogo- ¡cortala! esas historias me las contaste cien veces… Bueno… ¿qué te iba a decir? ¿viste a “la fiera”?; ¿no sabés si tiene listas las fotos?, este “turro”.se la pasa meta y meta con Sofía y se olvida que el trabajo, es el trabajo, mirá la hora y “el Julián” todavía no llegó... debe estar encamado sin frenos... ¿Los sellos los tenés vos no…?
-Si “Riqui”, quédate “tranqui” que si no fuera por mí ustedes se cagan de hambre...
-Negra -continuó el viejo, pesado como siempre, dirigiéndose a “la maquina” del espejito- ¿dónde andás?... ¿qué pasa que no abriste la boca?... te la pasaste mirando tipos, ¿acaso anoche no te atendieron? ¿eh negra?
-¿Qué decís? -respondió ella- , ¡estoy en las nubes! ¡viste!, ayer me “pasé de rosca”, casi “plancho”, se me fue la mano, decí que no estaba sola y me sacaron, si no... no te la estoy contando.
-Tené cuidado negra, hay que “saber llegar” ¿o te lo tengo que explicar de nuevo? -le advirtió el viejo. Vos también te podés llegar a quedar “sin documentos”.

Santiago no es sólo un nombre. La ciudad vieja preserva en ciertos sitios, linaje, algo que no se compra y se cuida si se aprende a tiempo. Finita como el país, acostado al borde del Pacifico, se la pasa esperando ser descubierto dejando que lamen incansable sus costas, puliendo, burilando el futuro.
Recorriendo Valparaíso no siempre se “va...al...paraíso”, a veces sin saberlo se cae en el inimitable infierno.
Tampoco todo es propio de Neruda o Mistral. Lo poético desencaja cuando el verso se hace “verso” o lo hacen verso. Los tránsfugas suelen ser objetos engañosos para los que van a disfrutar soles de otros mundos.

El grupo se alojaba en diferentes aguantaderos. Siempre a la pesca... llegaban... traían... iban y venían... con el anzuelo listo... con la mejor carnada, para atrapar la gilada.
Viña del Mar, altiva, competía con el otro paraíso. ¡Toda tentación!, llamativas mansiones, opulencia y casino. Donde nadie reclama algún documento.
-¡Bueno! ¿pero tenés que tener “una banda” para estar ahí? -preguntó César, pulsando el replan de los recuerdos de Ricardo y “el viejo”, sarnas de los mismos perros.
-¡Si! ... pero... presidencial...-contestó irónicamente el hombre, que de pie asomaba su cabeza, por uno de los ventanales del lujoso recinto. También ser honesto, claro, igual a los que visten “la bandera” de gente como uno -remató riendo.
César, se recostó sobre el sillón mullido de la residencia que ocupaba, junto al resto; nunca se va solo cuando es ardua la propuesta.
El, llegó de Perú, con ganas, con muchas ganas de seguir por las rutas que ofrecen peaje libre, para pasajeros de mundos desordenados...
Allí desembarca, desde el fondo del tiempo, la fauna sajona que se sirve de odios pequeños, a la medida de aquellos desapegos creados por los inventores del “divide y reinarás”
También los otros, quienes trafican con el tiempo, los sueños, las fantasías, los delirios y se suben y hacen subir a los otros, a cumbres borrascosas, desde donde muchos son los que no vuelven. Es que los viajes “trepadores”, “blancos”, radiantes o inyectables, no suelen perderse solo en el humo aromado de “la marucha” verde sin esperanza, que llega desde el Beni boliviano, amable, acogedor y letárgico.
Bolivia es una plaza estratégica que algunos quieren cuidar; nunca a su gente, total ¿para qué?
Pero para moverse y derivar operaciones hacia Buenos Aires, zona de empalme y aduana previa al norte comprador, ávido, suicida, con apuros relevados, siempre es bueno que los pasajeros indiscretos, resulten discretos, con sus nuevos nombres.
La industria de la sustitución sirve si se la hace y utiliza para servir.
Los hombres, guerreros polvorientos del 2000, no luchaban como los del ayer, peleando, paradójicos, la guerra del Pacifico; estos buscaban la posesión “blanca”, esa que transporta hacia lugares insospechados, inhóspitos, algodonales, adagios alados que “la merca” brinda a plazos, que cada uno elige. Fuera de la costa donde se sumerge la vida... solo hay una salida, la que se halla a veces... demasiado tarde... pagando el precio del ahogado...
El Plumerillo, hace tiempo dejó de ser un campamento de la historia. Acaso ese campamento sea hoy el aeropuerto más codiciado, por los que llegan para legalizar situaciones ilegales.
El mercado lo maneja un grupo entusiasta que intenta profesionalizarse, después del saqueo, cuando los chicos se llevaron los DNI en blanco, apenas y sólo para joder, dos millones de ellos, dos millones de vidas a nacer. Dos millones de muertes sin anotar.
La banda tuvo suerte y llegó a tiempo para capitalizar el informe que les permitió llegar antes del cierre del Registro y deslizarse hasta los refugios donde los esperaba el trofeo que muchos necesitan para seguir merodeando por la impunidad, como la que exhibieron los chacales de Pontevedra, que con nueva identidad, siguieron su eterna calamidad de asesinar por placer y tal vez, si se puede, robar. Pero primero, siempre primero, matar. Total para eso hacen falta documentos.
La “banda de los mendocinos” era memoriosa y ese dato les serviría en el futuro, a la hora de contratar “servicios higiénicos”, cuando la presión del “orden” se les viniera encima.
-No fue difícil- dijo uno de ellos, cuando la puerta cedió.
La noche, buena herramienta para soltar los perros del delito, guardó el silencio llorón de los goznes que gentiles, no gimieron. También la ausencia de vigilancia permitió el acceso libre, trabajar con toda comodidad fue más que satisfactorio.
Los DNI, invictos, dormían a la espera. Quizás en el olvido de la burocracia de ese lugar donde la prisa no cuenta, allí, ellos sobre un estante alto, en la oficina del Registro Civil, reposaban a la espera de la violación.
Las manos enguantadas obraron ávidas y rápidas, “documentando”, documentándose.
La pérdida rumbo a la carretera del nunca... tenía vía libre...
-¿Setecientos? ... cada uno ¿te parece?- dijo el jefe-. ¡Buena cifra!... ¡qué tal!
Puntos de conexión, destinos, alianzas por doquier, no era de preocupar. Una oferta virtual.
En los ríos los peces nadan. Quienes necesitan oxígeno recurren a mutaciones que no siempre son genéticas, a veces formales, documentarias.
La voz del viento solo sirve de eco para que sigan su recorrido y tropiecen al destino.
Así, los fantasmas de futuros clandestinos, daban la espalda a siniestros derroteros para seguir embarcando en océanos duales, de ambigüedad impredecible; enmarañadas, las conciencias se siguen debatiendo entre algas que florecen, en pantanos donde los instintos dictan la ley. Total, ¿Quién necesita documentos?
Los cinco chilenos que miraban desde el otro lado de la ventana esmerilada, juntaban urgencias planas. No eran nadie, sin papeles.
Tenían plazo para su gira de “mulas” inquietas.
En esa dirección, que llevaban anotada, pensaban que su debut estaba asegurado con las garantías de que todo saldría bien.
Era imprescindible, porque las familias esperaban, como la noche lo hace con el día.
Esa gira alemana, les dejaría a todos, “quince grandes”, porque habían “ahorrado” el tiempo de tramites que se pagaron por su cuenta y necesitaban para planos, techos y otros delirios de nuevos propietarios; invictos pasajeros de la nada. Se preguntaban Si para algo les servirían los documentos.
Tener un niño... es otra historia; pagar por él, el mismo delito. Los deseos no esperan. ¿Qué es bueno...? ¿Qué es malo...? Mejor no pensar.
Ya estaban jugados... ¿Por qué dudar...?
El juez no dudó, hablando de dudas, cuando resolvió, entonces el martillo cayó implacable condenándolos a cumplir la pena, por algo que no habían cometido.
Mónica y Alberto ansiaban el niño desde años, desde que decidieron convivir, después de fugar de la cárcel y vagar de un sitio a otro.
Prófugos de la justicia del hombre... ahora de la de Dios... cuando el médico crucial y definitivo les dijo que no podían ser padres.
La cita sería en las afueras de Santiago no habría entrevistas previas, ni trabajadores sociales, ni nada que se le parezca; el tramite debía ser rápido.
-Papeles y todo... te dan.- comentó Alberto a los demás...
“Tomo y dejo”... ese era el lema.
El cuerpecito tibio de un recién nacido fue depositado en brazos de su madre adoptiva, verdadera ahora, después que dejara el dinero en manos de los secuaces de la identidad perdida.
Libreta de matrimonio impecable, reluciente, como la partida de nacimiento flamante, igual al hijo ansiado.
-¿Un niño más... qué podría importarle a la Argentina...?
¿Acaso no se le van todos los días, otros tantos hijos?
Los hijos de la injusticia, los abatidos. Las víctimas crucificadas vivas, ¿qué culpas pagan?
¿Acaso no parten esperando respuestas en puertos lejanos?
¿Quién le debe a quién?
“¿Quién le roba a quién?” -pensó la mujer mirando a su bebé.
“El viejo” los caló”, de lejos y casi sintió las urgencias y supo en el acto que el precio había subido, para ese pasaje de cinco hacia la nueva identidad que tanto necesitaban.
Las prisas se pagan caro en este negocio.
Los chicos no conocían estos códigos.
Tenían lo justo y ningún lugar para “diferencias”.
El viejo no supo pisar el freno de la exigencia y ellos con el apuro por ”los papeles”, gatillaron, casi tartamudos, protestando por las armas y pasando por las mismas, al “viejo”, que nunca más volvería al abuso del debut. Otro documentado inutilizado.
El resto de la banda, y el fotógrafo demorado, hicieron silencio de “sala”, siempre hay clientes que buscan documentos, en este continente donde la clandestinidad, es otro país.
¿Quién he sido...? ¿Quién soy...? ¿Quién seré...?
Todavía se lo están preguntando...ellos y los otros...
Sólo sé que los abusos existen y están consumados, concluyeron, como dice Calamaro cuando canta:

“Déjame atravesar el viento sin documentos...quiero ser el único...PORQUE SI, PORQUE SI... “

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